
La industria limita los estudios a un máximo de noventa días (y muchos de ellos ni siquiera alcanzan un mes de duración). Este tipo de estudios puede fácilmente dejar de detectar muchas de las consecuencias significativas que tienen los alimentos GM en el organismo de los animales que se utilizan. Por ejemplo, en el caso de los pesticidas, ha sido comprobado que algunos de los males que provocan a la salud se traspasan de generación en generación y en ocasiones pueden detectarse hasta después de décadas de haberlos ingerido periódicamente. En el caso de una sustancia conocida como DES (diethylstilbestrol) se confirmó que “induce cáncer en los genitales femeninos, entre otros problemas, solo en la segunda generación”. Pero aún considerando esta experiencia con los pesticidas, y por alguna misteriosa razón, los organismos y autoridades encargadas de evaluar los efectos directos de los alimentos genéticamente modificados no exigen estudios que analicen en plazos mayores a 90 días las consecuencias. “Es imposible en solo 13 semanas concluir sobre un tipo de patología inducida por alimentos GM y si es una patología mayor o menor. Por esta razón es necesario prolongar las pruebas que se hacen en los estudios”.
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